CONSUELO GARCÍA SÁNCHEZ
Consuelo García Sánchez, nació en Ribera de Molina, en 1935, pero se crió en Barcelona y estudió filología en Murcia, Madrid, París y Berlín. En sus comienzos, escribió historias y reportajes para revistas y radio.
Su novela, Luís en el país de las maravillas (Lumen, 1982) fue acogida por la crítica como una auténtica novedad, como un “soplo de aire fresco” en el panorama de la escritura femenina de aquellos años, panorama que algunos consideraban rutinario y previsible. Precisamente fue su empleo de la ironía y la parodia, con su potenciación de la ambigüedad significativa, la razón fundamental de los elogios que varios reseñadores hicieron de esta novela, a la que consideraron como una clara muestra de “inteligencia” y “humor”. Pocos meses después de la aparición de Luís en el país de las maravillas, se publica, también en Lumen, Las cárceles de Soledad Real (1982), una documentada biografía de una militante comunista que padeció la represión franquista en las cárceles de posguerra. Ambas tienen un denominador común: la sencillez en el lenguaje, "que pienso que continuará siendo mi virtud", y la mujer como contexto y centro de su obra
La autora publicó con anterioridad en la RFA alemana La caída de Albatros (1976), inédita todavía en castellano y cuyo manuscrito se perdió en un trasiego viajero entre Munich y Madrid, y La mano del corazón (1981).
Consuelo García Sánchez se casó con Walter Fritzsche, tiene dos hijos: Pablo y Laura y vive en Múnich.
Fragmento de Luis en el país de las maravillas (1982)
"O sea, que a la vuelta todavía habría algún que otro toqueteo con la vecina de enfrente, pero quien ocupaba la fantasía a Luis era Helena, con su artificiosidad, sus flores por todos lados, sus grandes sombreros, sus vestidos largos. Helena tuvo la ventaja de que con ella los santos persas se fueron definitivamente a hacer gárgaras, y Luis dejo de pretender ser el único hombre primitivo de Europa, primitivo en el mejor sentido de la palabra, es decir, dejó de querer ser el único africano de Europa, lo que le había permitido, cuando sus mujeres, o su secretaria, o su asistenta hablaban mal de los hombres, no darse por aludido nunca"
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